miércoles, 25 de febrero de 2009

Memoria (Reprise) o Contestación a una carta de Nidia

Leí ambos escritos y recordé la plática que alguna vez habíamos tenido. Me gustó la forma en la que culpas a la memoria y a sus caprichos; la forma en la que hablas de su modo natural y selectivo de operar, y de cómo, en cierto sentido, tal modo no funciona contigo.
Sin embargo, yo creo que subestimas la importancia de esos momentos insignificantes. No creo que sea ocioso recordar el gesto de un niño, el llanto de una desconocida o la sensación de un instante que no nos pertenece. Me confieso ante ti y sin pensarlo puedo decirte que prefiero recordar cualquier clase de gesto, desde el más desgarrador hasta el más dulce, a tener que recordar interminables formulas, metodologías o procedimientos. En la actualidad hay tantas cosas escritas que la memoria ha dejado de ser una necesidad para convertirse en un lujo.
Aquí es en donde entra, a mí parecer, un factor tan importante como la memoria: la percepción estética. Es un tanto difícil de explicar cuando lo intentas extrapolar a un campo distinto al del arte, pero ambas ideas no difieren mucho. Verás, la realidad se ha vuelto tan plana y homogénea que las costumbres, los gestos, las miradas, los gustos, se han ido uniformizando. El patrón estético es dictado por una realidad que nos sobrepasa. Pero hay personas que no estamos dispuestos a aceptar tal imposición y buscamos los últimos remanentes de lo que consideramos estético, lo que consideremos revelador. Y es por eso que muchas veces es mucho más fuerte la mirada perdida de alguien a su mirada fija, una sonrisa a medio camino a una carcajada, un rostro impasible a una ceja alzada, un titubeo a una determinación, una mirada de admiración a una de desprecio, una nota en alguna canción fuera de lugar a una melodía perfecta, una frase escondida a un entendimiento profundo, un laberinto en vez de una línea recta.
Para mi es una sensación entremezclada: poder apreciar algo que nadie más ve me causa un tremendo placer, y a su vez una tremenda soledad. Por otro lado, saberme acompañado en alguna percepción que creí sólo mía me resulta repulsivo. Compartir mi visión estética con alguien más se me presenta como una violación profunda e hiriente, y es en ese momento cuando decido no recordar. Lo que atesoro es solamente mío, y de nadie más. Supongo, entonces, que la soledad es una forma de envidia y no de superioridad como dirían los existencialistas que suelo hojear.
Con todo lo anterior, mi intención no es contradecir al señor Borges, sino reforzar su idea: recordamos lo que recordamos por que lo necesitamos recordar, no por un capricho, no por una necedad.
He estado pensando sobre la idea que planteas acerca de la realidad incompleta. Me gusta saber que yo poseo cosas que nadie más posee, frágiles momentos que todos han olvidado, aromas del pasado, canciones prenatales. Son fragmentos, muestras de realidad que salen de lo habitual y de lo común, que dan y quitan sentido a la vida. Bendita maldición en la que nos encontramos: poseemos los momentos más insignificantes de nuestras vidas…

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Benditas insignificancias!!!
Gracias!!

Anónimo dijo...

Y yo recuerdo la primera vez que crucé palabra contigo. ¿Escogí recordarlo o el recuerdo me escogió?

Luis Gonzalí dijo...

Anónimo, y yo recuerdo que tu recuerdas, y espero nunca olvides...