miércoles, 4 de marzo de 2009

Breve monólogo, preludio a la caida

He aprendido a sólo observar, y la vida me pasa frente a los ojos, y sólo la veo irse como si de los últimos minutos de un ocaso se tratase. Sólo se pone a lo lejos, y luego oscuridad. Quizás de eso se trate la vida, de verla ponerse a la distancia justa, de estar parado, así, frente al mar, y verla perderse en el horizonte, completamente roja, tiñendo el cielo de sangre. O quizás no. Quizás soy yo y mis esquemas. Quizás la vida ni siquiera trate de algo, y la idea poética de verla como un ocaso sólo me sirve para hacerla más llevadera. Pero después de todo, quizás sí sea un ocaso, pero solamente un ocaso y no un día entero. Pensar que la vida es un día entero es ridículo. No hay poesía en eso. Aunque... aunque pensar que la vida es un ocaso también puede ser bastante común. Realmente no importa. Lo que sí sé es que la vida está allá a lo lejos, y no puedo tocarla pues mi brazo no alcanza, y si pienso que se está poniendo es porque a veces simplemente no la veo. Aunque, parado en la orilla del mar, todo esto se vuelve más lúdico.
A veces me gusta pensar que cuando el sol se termina de meter en el horizonte es porque esa enorme bola de fuego se apaga en el mar, y las olas me traen sus residuos a mis pies, y los acarician. Quizás así sea la vida, esta vida-ocaso que se extingue en el mar y me acaricia los pies una y otra vez. La vida-ocaso-queseextingue-ymeacaricialospies.
Pero no, este ludismo y todo lo anterior es realmente una ilusión, pues nada de esto es así, pues la vida que se extingue en el mar no acaricia mis pies. Esta vida me toma de los tobillos y me arrastra hacia adentro, y no me suelta. Y así me quedo, pues esta vida no se extingue, como el sol, que tampoco se extingue. Y la historia se repite cada ocaso, cuando la vida me vuelve a tomar por los tobillos, y me hunde, y me ahoga, como está a punto de hacerlo ahora, mientras el sol también se ahoga en el mar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hay veces que algo se mueve; veces que adentro de uno algo se trastoca y entonces ese Uno, tan uno, tan pegado a sí mismo deja de ser y queda, como escribe Murakami, como la muda vacía de un animal que ha cambiado la piel. Y viviendo como una muda, por más larga que sea la vida, por más viva que esté, no se puede vivir de verdad. "Del corazón de una muda vacía y del cuerpo de una muda vacía no puede nacer más que la vida de una muda vacía."