miércoles, 8 de julio de 2009

El reloj de arena

El sistema de contrapesos que estaba diseñando sería impecable. Hecho de los materiales más resistentes, el aparato se percataría de que el último grano había caído y voltearía el reloj de arena para que ésta siguiera fluyendo. Hora tras hora, la arena nunca se detendría. Hora tras hora, el tiempo sería medido hasta el final.
Es por eso que, cuando el maestro relojero escribió su testamento, escogió al albacea más escrupuloso. Quería que, tras su muerte, su última voluntad se cumpliera. Así, incinerado y con los huesos hechos polvo, el maestro podría medir el tiempo durante toda la eternidad.

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