Ayer tuve una discusión larga y muy acalorada con el personaje que debía salir en este cuento. Mi argumentación era impecable: fui hilando mis ideas, una a una, para intentar convencerlo. Le hablé de como era perfecto para el papel y de como sus ideas erroneas estaban impidiendo que yo pudiese terminar de escribir. Pero a él no le importó. De su boca sólo salía ese temible monosílabo: No. Cuando se me acabaron los argumentos, lo intenté sobornar, lo amenacé, e incluso, llegué a golpearlo. Pero el hombre nunca cambió de parecer. Al final, no sólo no pude escribir nada, sino que reafirmé mis creencias: odio a la gente supersticiosa.
2 comentarios:
jajaja Tu ironía me encanta!!!
Pues sí... Esta gente supersticiosa que no me deja escribir bien...
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