Estaba oscuro y caminaba por aquel callejón que tantas veces había recorrido. Esta vez no era distinto: misma gabardina, mismo sombrero negro, misma corbata, misma mirada alerta. Además, sabía que en cualquier momento le dispararían y sabía que tendría que fingir haber muerto si quería continuar con vida. Conocía de memoria el resto de la historia: se arrastraría pidiendo ayuda, sanaría sus heridas y buscaría venganza. Iría, uno a uno, encontrando a sus asesinos y matándolos, haciéndolos pagar por la cobardía que estaba a punto de ocurrir. ¡Venga! ¡Dispararle por la espalda y a quemarropa! ¡Eso era de cobardes!
Pero bueno, lo que seguía no era tan malo. Sólo era este instante el que le incomodaba, en donde a pesar de saber que en cualquier momento iban a abordarlo y a dispararle, él no podía defenderse, ni correr, ni agacharse: impotencia en su versión más cruda. Pero había aceptado ser el personaje de este libro y cumpliría su contrato, así leyeran esta historia una infinidad de veces, y una infinidad de veces tuviera que recibir el frío impacto de esta bala.
Pero bueno, lo que seguía no era tan malo. Sólo era este instante el que le incomodaba, en donde a pesar de saber que en cualquier momento iban a abordarlo y a dispararle, él no podía defenderse, ni correr, ni agacharse: impotencia en su versión más cruda. Pero había aceptado ser el personaje de este libro y cumpliría su contrato, así leyeran esta historia una infinidad de veces, y una infinidad de veces tuviera que recibir el frío impacto de esta bala.
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