Mientras ella duerme sobre su hombro izquierdo, él empieza a mirarla de reojo. Todavía está oscuro y gran parte de su silueta la tiene que ir adivinando. Empieza a imaginar sus ojos cerrados y sus pestañas entrelazadas. Después baja a la nariz y se concentra en su respiración, ese inhalar y exhalar que sólo existe cuando se sueña profundamente. Baja después a la boca y al cuello, ahí, en donde la sabana empieza a ocultar su cuerpo desnudo.
La tela delinea el resto. El hombro que sube como un cerro y que hace que la sabana caiga lentamente en aquel valle que anuncia el inicio de sus caderas.
A partir de ahí, el resto del viaje es sólo de bajada. Bajar lentamente por sus piernas a sus pies hasta llegar al abismo, ése que existe entre ellos dos, ése que comienza en donde la cama termina
2 comentarios:
Me gusta lo que hacés,Luis. Sin duda tenés ese toque que logra atrapar al lector.Un abrazo
Gracias Carolina... Se agradecen las palabras de aliento...
Espero no llegarte a aburrir...
Un saludo
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