El pueblo enardecido clamaba el fin de la monarquía; esa monarquía que durante muchos años había traído guerra y muerte; esa muerte que acechaba ahora al rey, desnudo en el cadalso, oprimiendo su cruel corazón; ese corazón que a cada martillazo del herrero latía más lento, como si con cada estruendo supiera que se acercaba el final; ese final que derrocaría su omnipotencia simbolizada en su corona; esa corona, ahora al rojo vivo, que en cada golpe se iba alargando para formar la espada que usarían para cortarle la cabeza.
1 comentario:
ESTUVE ECHANDO UN OJO AL BLOG
me gustò bastante tu estilo, aunque al barroco.
el relato en minificciones muy bueno.
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